La Semana de
Oración por la Unidad de los Cristianos, recuerdan los obispos de la Comisión
Episcopal de Relaciones Interconfesionales en su mensaje, “es ocasión propicia
para que conozcamos mejor el diálogo de la Iglesia católica con las Iglesias y
Comunidades eclesiales sobre la doctrina de la fe, llevado adelante con gran
esfuerzo y dedicación”
Desde
aquellas palabras de Jesús, recogidas en el Evangelio de San Juan e integradas
en la llamada «oración sacerdotal», nunca en la Iglesia se ha dejado de orar
por la unidad. El texto evangélico dice: «Padre, te ruego por ellos, para que
sean uno, como tú y yo somos uno, para que el mundo crea» (Jn 17, 21). Todas
las liturgias antiguas, tanto orientales como occidentales, poseen bellas
oraciones que repiten, a su manera, aquella oración del Señor Jesús poco antes
de padecer.
Pero cuando
las polémicas y enfrentamientos se consuma-ron y dividieron el cristianismo en
Iglesias enfrentadas, la urgencia por la vuelta a la unidad visible se hizo un
grito —desgraciadamente no un clamor— y aquella oración de Getsemaní se
convirtió en una necesidad sentida por los mejores espíritus de cada una de las
comunidades separadas. Existe una larga tradición en las Iglesias cristianas de
orar por la unidad. Los textos litúrgicos de las comunidades católicas,
ortodoxas, anglicanas y protestantes poseen hermosas plegarias para pedir al
Espíritu preservar o devolver —según los casos— la unidad de la Iglesia. Pero
además de las expresiones litúrgicas oficiales por la unidad, apareció muy
pronto entre los cristianos divididos una orientación marcadamente ecuménica
que ponía todo el énfasis en la plegaria por la unidad de las Iglesias
divididas —en plural— que, sin menoscabo de la tarea doctrinal, se dio cuenta
de que el camino real hacia la plenitud de la unidad pasaba por la convergencia
y concordia de corazones en la plegaria común compartida por todos.
Si las
Iglesias han tenido bien definidas siempre sus fronteras por ortodoxias y por
reglamentaciones jurídicas, los pioneros del ecumenismo encontraron muy pronto
legítimos caminos para trascender barreras que parecían infranqueables. La
plegaria común aparece así como el pasaporte válido para sentir la unidad al
menos en una tensión dialéctica: la oración compartida permite sentirse ya
unidos en el Señor de todos, aunque todavía no sea posible la proclamación de
pertenencia plena a una comunidad eclesial unida.
El Vaticano
II, en el Decreto de Ecumenismo, afirmará solemnemente: «La conversión de
corazón y santidad de vida, juntamente con las oraciones privadas y públicas
por la unidad de los cristianos, han de considerarse como el alma de todo el
movimiento ecuménico, y con razón puede llamarse ecumenismo espiritual (UR 8).
[...]
En la
Iglesia católica, los días de la Semana son muy propicios para que se celebre,
cuando la reglamentación litúrgica lo permite, la misa votiva por la unidad. Y
a veces se recomienda que se tengan, en el arco de los días que van del 18 al
25 de enero, además de los servicios de oración que constituyen el núcleo de la
Semana, algunos actos de tipo académico -conferencias, exposiciones bíblicas o
ecuménicas, etc.-que fomenten el deseo de unidad visible de todos los
cristianos.
Es bien
sabido que cada año, desde 1968, las Semanas de la Unidad tienen un «teman
-siempre un versículo bíblico- y unos esquemas elaborados en colaboración entre
la Comisión «Fe y Constitución», del «Consejo Ecuménico de las Iglesias» y el
«Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos», cuyas
reuniones preparatorias tienen lugar en distintas ciudades del mundo.
FUENTE:
COLECCIÓN NUEVO AÑO CRISTIANO DE EDIBESA