Nacido en
Huesca en el siglo IV, este diácono fue martirizado en plena persecución de
Diocleciano. Pronto se convertirá en uno de los santos del cristianismo antiguo
que alcanzó mayor popularidad en todas las épocas
San Vicente
ha quedado para siempre vinculado a Valencia, aunque su lugar de nacimiento
parece que fue la ciudad de Huesca. Es verdad que no disponemos de fuentes
precisas para aclarar los comienzos del cristianismo en la ciudad del Turia.
Era colonia romana desde mediados del siglo I a.C., y se descubre ya actividad
de los cristianos en la región a finales del siglo III; antes parece que no
hubo una presencia significativa de comunidades cristianas.
A comienzos
del siglo IV y en plena persecución de Diocleciano tuvo lugar el «martirio de
San Vicente», uno de los santos del cristianismo antiguo que alcanzó mayor
popularidad en todas las épocas. «San Vicente, mártir de Valencia –escribe
Ángel Fábrega Grau–, es sin duda uno de los mártires no sólo de España, sino de
toda la Iglesia que obtuvo un culto más espléndido y universal desde los
tiempos más remotos» (Pasionario Hispánico (siglos VII-XII, Madrid-Barcelona,
1953, T. I, p. 92).
Son varios
los datos que tenemos históricamente ciertos. Era diácono de la iglesia
Caesaraugustana; fue apresado en esta ciudad de Zaragoza y llevado a la de
Valencia en compañía de su obispo, Valero, o Valerio, hacia el 304/305. Puede
que el procónsul o juez Daciano la eligiera por el escaso peso específico que
tenían todavía en ella los seguidores de Cristo. No se dispone de actas del
martirio propiamente proconsulares, es decir, redactadas en el momento mismo
del proceso por funcionarios romanos. Su memoria, sin embargo, transmitida al
comienzo de forma oral, se recogió después en «pasiones», y de ellas se
hicieron eco en sermones y composiciones poéticas. A comienzos del siglo V se
conocía ya una «pasión» cuya lectura escuchaba en la liturgia San Agustín y
muchos de sus contemporáneos; el aniversario de la muerte se celebraba el 22 de
enero. El relato recogía los pormenores de la prisión, proceso, torturas,
muerte y ventura que corrió su cadáver; se fecha con toda probabilidad en los
últimos años del siglo IV; por tanto, a una distancia de casi cien años de su
muerte.
[…] Fue
mártir de la particular devoción de San Agustín. En diferentes años predicó en
el día de su fiesta y han llegado a nosotros cinco sermones suyos. Contemplaba
la victoria total de San Vicente en la persecución, interrogatorio y tortura;
venció en la muerte, venció una vez muerto. Su fortaleza la recibió de Cristo,
que antes había derramado la sangre por él.
Todo lo
superó con la ayuda del Señor –exclama en el sermón 275–, combatiendo en dura
lucha contra las asechanzas del antiguo enemigo, contra la crueldad del juez
impío, contra los dolores de la carne mortal. «Daba la impresión de ser uno el
atormentado y otro el que hablaba. Y efectivamente era otro; el Señor lo había
predicho y prometido a sus mártires, diciendo: No sois vosotros los que
habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre quien habla en vosotros (Mt 10, 20).
[…] ¡Qué
belleza de alma tendría aquél hasta cuyo cadáver resultó invicto —escribía en el
Sermón 277—. «Dios concede a sus iglesias los cuerpos de los santos no para
gloria de los mártires, sino para que se conviertan en lugares de oración». A
este propósito podría recordarse la devoción que tenía Santo Domingo a San
Vicente, tal como asegura un autor del siglo XIII, Esteban de Salagnac: «El
padre Santo (Domingo) visitaba frecuentemente y de buen grado los lugares de
oración y los sepulcros de los santos, y no pasaba de largo como nube sin
lluvia, sino que allí, en oración, juntaba más de una vez el día con la noche.
Con más frecuencia, sin embargo, siempre que se presentaba la ocasión, se
retiraba a la villa llamada Castres, en la diócesis de Albí, limítrofe con la
de Toulouse. Le movía la reverencia y devoción al santísimo levita Vicente, cuyo
cuerpo sin duda alguna se reconoce y es cierto que reposa allí« (L. GALMÉS - V.
T. GóMEZ, Santo Domingo de Guzmán, fuentes para su conocimiento, Madrid, BAC,
1987, p. 693).
Tras la paz
constantiniana (313) se trasladó su cuerpo junto a la vía Augusta, a un
kilómetro de la ciudad de Valencia; sobre su sepulcro se levantó después una
basílica. En su entorno se estableció una comunidad de monjes hispano-romanos.
Monasterio y basílica permanecieron durante la época de dominación musulmana.
Algunas de sus reliquias se fueron dispersando por diferentes partes de España,
Francia e Italia, principalmente. A partir del siglo IX se habla de
«traslaciones del cuerpo entre otros lugares, al monasterio benedictino de
Castres, en el Languedoc.
FUENTE:
COLECCIÓN NUEVO AÑO CRISTIANO DE EDIBESA