En el año decimoquinto del imperio del emperador
Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de
Galilea, y su hermano Felipe tretarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio
ttetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra
de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión
para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del
profeta Isaías:
«Voz del que grita en el desierto:
Preparad el camino del Señor,
allanad sus senderos;
los valles serán rellenados,
los montes y colinas serán rebajador;
lo torcido será enderezado,
lo escabroso será camino llano.
Y toda carne verá la salvación de Dios».
Es palabra
del Señor
REFLEXION
El evangelio
de hoy nos ofrece el comienzo de la vida pública de Jesús. El evangelista
quiere situar y precisar todo en la historia del imperio romano, que es el
tiempo histórico en que tienen lugar los acontecimientos de la vida de Jesús y
de la comunidad cristiana primitiva. Los personajes son conocidos: el emperador
Tiberio sucesor de Augusto; el prefecto romano en Palestina que era Poncio
Pilato; Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, como tetrarca de Galilea,
donde comenzó a resonar la buena noticia para los hombres; al igual que Felipe,
su hermano, que lo era de Iturea y Traconítide; los sumos sacerdotes fueron
Anás y Caifás. De todos ellos tenemos una cronología casi puntual. Es un “sumario”
histórico, muy propio de Lucas ¿Y qué?, podemos preguntarnos. Es una forma de
poner de manifiesto que lo que ha de narrar no es algo que puede considerarse
que ocurriera fuera de la historia de los hombres de carne y hueso. La figura
histórica de Jesús de Nazaret es apasionante y no se puede diluir en una piedad
desencarnada. Sería una Jesús sin rostro, un credo sin corazón y un evangelio
sin humanidad.
El evangelio
es absolutamente histórico y llega como mensaje de juicio y salvación para los
que lo escuchan. Incluso hubo toda una preparación: Juan el Bautista, un
profeta de corte apocalíptico que anuncia, en nombre de Dios, apoyándose en el
profeta Isaías, que algo nuevo llega a la historia, a nuestro mundo. Dios
siempre cumple sus promesas; lo que se nos ha presentado en el libro de Baruc
comienza a ser realidad cuando los hombres se abren al evangelio. Juan el
Bautista es presentado bajo el impacto de Is 40,3-5, para llegar a la última
expresión “y todo hombre verá la salvación de Dios”. Mt 3,3 no nos ha
trasmitida la cita de Isaías más que haciendo referencia a “voz que clama en el
desierto: preparad el camino al Señor y haced derechas sus sendas”. Lucas se
engolfa, fascinado, en el texto del Deutero-Isaías para poner de manifiesto que
ya desde Juan el Bautista la “salvación” está a las puertas. En la tradición
cristiana primitiva, Juan el Bautista es el engarce entre el AT y el NT. Eso
significa que no viene a cerrar la historia salvífica de Dios en el pasado,
sino que quiere hace confluir en el profeta de Nazaret toda la acción salvadora
que Dios ya había realizado en momentos puntuales y volvía a prometer por los
profetas, en una nueva dimensión, para el futuro.
Efectivamente, para Lucas, la salvación
“sôtería”, si cabe, es la clave de su evangelio. Jesús, al nacer, recibirá el
título de “salvador” (sôtêr) (Lc 2,11) y su vida no debe ser otra cosa que
hacer posible la salvación de Dios. Por eso mismo se encuentra muy a gusto el
tercer evangelista cuando, al presentar la figura de Juan el Bautista, que es
la de un profeta de juicio, subraye que ese juicio será, con Jesús, un juicio
de salvación para toda la humanidad. Para Lucas, Juan el Bautista, que era un
profeta de penitencia, quiere entregar el testigo para que el profeta de
salvación, Jesús, entre en escena. Todo eso independientemente de si Jesús tuvo
algo que ver, alguna vez y por corto tiempo, como discípulo del Bautista. De
hecho, Lucas no está muy interesado en la actividad penitencial o bautismal de
Juan, sino que más bien le importa su actividad de predicador, de profeta, por
eso lo presenta amparado por todo el texto de Is 40,3-5 que Mt se ahorra en
parte y en lo más positivo. Juan el Bautista, para Lucas, es pre-anunciador de
la salvación de Dios.
Y no podemos menos de poner de manifiesto,
al hilo de la cita de Isaías y del término “todo” (pas: todo valle, todo monte
y colina, todo hombre –aunque el texto griego diga “toda carne”-), que aparece
tres veces, ese carácter universal de la salvación que ahora preanuncia Juan.
¿Qué significa esto? Pues que esa salvación no es para un pueblo, ni está
encerrada en una tradición religiosa determinada. Lo que ha de ocurrir rompe todos
los esquemas con que se esperaba que Dios actuara. Los oráculos proféticos de
salvación, como el de Baruc de hoy, todavía se quedan estrechos, aunque sean
muy hermosos y esperanzadores. Jerusalén, aún bajo un simbolismo especial,
seguía siendo el centro del judaísmo y de un pueblo que se empeñaba en que él
era diferente, por elegido. Ahora el pas del texto isaiano nos descubre un
secreto, el verdadero proyecto del Dios de la salvación: todos serán salvados.
Todos “verán” es como decir “experimentarán”.
Fray Miguel de Burgos Núñez
(1944-2019)