Cada 8 de diciembre, en diferentes países latinoamericanos, se le
rinde homenaje a la Virgen María. ¿La razón? El primer país en el que se
festejó el Día de la Inmaculada Concepción fue España, que oficializó desde 1644 la
celebración para rememorar lo sucedido en le Batalla de Empel, el 7 y 8 de
diciembre de 1585, durante la Guerra de los ochenta años. En esa colisión
bélica, el ejército español derrotó a diez naves del ejército de Países Bajos.
Este triunfo español fue
considerado como un milagro llevado a cabo gracias a la intervención de la
Inmaculada Concepción. Sin embargo, esta festividad fue declarada como tal en
1854, cuando el papa Pio IX lo hizo por medio de la carta apostólica
‘Ineffabilis Deus’.
Se celebra en esta fecha porque
el 8 de diciembre es exactamente nueve meses antes del nacimiento de la Virgen María. Además, en España es porque el 8 de
diciembre se libró la Guerra de los ochenta años, entre el ejército español y
el holandés.
Según Aciprensa, la Inmaculada Concepción hace referencia a la manera especial en que fue concebida María. Esta
concepción no fue virginal, ya que ella tuvo un padre y una madre humanos, pero
fue especial y única de otra manera.
A su vez, el Catecismo de la Iglesia
Católica describe que:
“Para ser la Madre del
Salvador, María fue ‘dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan
importante’. El ángel Gabriel en el momento de la anunciación la saluda como
‘llena de gracia’. En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al
anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente conducida
por la gracia de Dios” (490).
“A lo largo de los siglos, la
Iglesia ha tomado conciencia de que María ‘llena de gracia’ por Dios (Lc. 1,
28) había sido redimida desde su concepción”. Es lo
que confiesa el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por el
Papa Pío IX:
”... la bienaventurada Virgen
María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original en
el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios
omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género
humano’” (491).
En palabras de San Juan Pablo II, podemos decir que “María, al lado de su Hijo, es la imagen más perfecta de
la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos. La Iglesia
debe mirar hacia ella, Madre y Modelo, para comprender en su integridad el
sentido de su misión”.
“Fijemos, por tanto, nuestra
mirada en María, ícono de la Iglesia peregrina en el desierto de la historia,
pero orientada a la meta gloriosa de la Jerusalén celestial, donde
resplandecerá como Esposa del Cordero, Cristo Señor”.
Finalmente, los padres de la Iglesia
afirmaron “que la misma santísima Virgen fue por gracia
limpia de toda mancha de pecado y libre de toda mácula de cuerpo, alma y
entendimiento, y que siempre estuvo con Dios, y unida con Él con eterna
alianza, y que nunca estuvo en las tinieblas, sino en la luz, y, de
consiguiente, que fue aptísima morada para Cristo, no por disposición corporal,
sino por la gracia original”, explicó el Papa Pío IX.